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martes, 26 de agosto de 2014

LEYENDA DE LA “PRINCESA DONAJÍ”

Es una historia de amor entre dos seres: el Príncipe Nucano de origen Mixteco, y Donají (Alma Grande) hija de Cosijoeza, Rey zapoteca y Coyolicatzin (Copo de Algodón).
Cuenta la leyenda que siendo Cosijoeza el rey zapoteca, y cuya capital de sus dominios estaba en Zaachila, nació su hija Donají, y un sacerdote de Mitla descifra en el cielo un signo de la fatalidad prediciendo que ella se sacrificaría por amor a su pueblo zapoteca.
Cuando los mixtecos y zapotecos se encuentran en feroz batalla, Donají conoce herido al príncipe mixteco Nucano, de quien se enamora.
Al ser derrotados los zapotecos, los mixtecos piden en prenda de paz a Donají para que el rey Cosijoeza respetara los tratados. Es llevada a vivir a un palacio de Monte Albán; después de la lucha entre los contendientes, una noche que tratan de recatarla es sacrificada por un guerrero.
Es buscada por sus hermanos de raza por todos los rincones de la comarca sin llegarla a encontrarla, hasta que años después un pastor caminando por el Río Atoyac, vio un hermoso lirio brotar de la tierra, el cual era tan bello, que fue a dar aviso a las autoridades quienes de inmediato se dirigieron al lugar, abrieron la tierra encontrando la cabeza de la princesa un tanto inclinada al oriente y de su cien brotaba aquel hermoso lirio.
Su enamorado Nucano gobierna con amor a los zapotecos en recuerdo a Donají, y sus cuerpos descansan bajo la misma losa en Cuilapam de Guerrero…eso cuenta la leyenda.

domingo, 24 de agosto de 2014

LEYENDA DEL CERRO DEL CATRÍN

En la campiña de la Villa de Zaachila los nogales adornan el paisaje del valle de Oaxaca. Es en tiempo de lluvias que el verdor de los alrededores despierta un olor a tierra mojada entre sembradíos de maíz y las sombras de las frondosas nogaleras. En la distancia se oyen los estrepitosos truenos de los cohetones que dan la bienvenida a las fiestas de La Trinidad, una comunidad ubicada a unos pasos de Zaachila.
Antes, la gente de los pueblos circunvecinos acostumbraba asistir a las fiestas de la Trinidad caminando por las terracerías que serpentean entre las milpas y siembras de alfalfa.
A un costado del camino a La Trinidad hay un pequeño cerro, casi un montículo plagado de hierbas silvestres. A este montículo se le conoce como el Cerro del Catrín.
Dice la leyenda que dos amigos regresaban a pie a Zaachila después de disfrutar las campiranas fiestas de La Trinidad. Caminaban alegres y ebrios por el sendero. Uno de ellos decidió acercarse al cerro del Catrín a satisfacer necesidades primarias mientras el amigo lo esperaba en el camino.
La espera se prolongaba y el susodicho no regresaba. Al notar la tardanza, el amigo pensó que el esperado se había dormido cerca del cerro. Se aprestó a buscarlo sin lograr encontrarlo. Fue a Zaachila a informar del caso y a solicitar ayuda. Una partida de voluntarios salió en su búsqueda sin lograr hallarlo.
Después de investigar en pueblos y comunidades aledañas y de cerciorarse de que el desaparecido no deambulaba por la región, se pensó que éste había fallecido.

Transcurrió un año sin obtener tan sólo una pista del paradero del desparecido. Se cuenta que fue exactamente un año después de la desaparición, cuando su familia celebraba una misa de muerto en su honor, éste apareció. Portaba la misma ropa, sin desgaste alguno, del día en que se perdió.
El desparecido contó que al acercarse al cerro del Catrín escuchó voces y música. Vio una puerta por donde se introdujo a una cantina. Ahí bebió pulque y cerveza por una hora. A toda costa, él sostuvo que tan sólo había permanecido dentro de la taberna una hora. Los mismos sesenta minutos dentro del lupanar equivalieron a un año fuera de éste.

viernes, 15 de agosto de 2014

LA LEYENDA DEL GIGANTE DEL RELOJ

Como un centinela en el tiempo, un testigo mudo que ha presenciado los cambios de esta comunidad Zapoteca, sin duda uno de los inmuebles notables e históricos en Zaachila es su antiguo reloj que data del año 1933, testigo de innumerables hechos, que incluso han sido marcados con leyendas de la comunidad, tal como lo relataremos, con la Leyenda del Gigante del Reloj.
No hace mucho, en 1990 tenía seis años, aún los niños y niñas de mi barrio solíamos reunirnos en las calles, el habitual punto de reunión era el barrio de San Sebastián, con sus gradas podíamos competir quien tenía más velocidad en las piernas, o empujábamos un carrito gracias a la amabilidad que permitía su inclinación de ascenso y descenso hacia la capilla.
Los juegos de las escondidas, los encantados, y el tarrito quemado era el pan de al menos dos veces a la semana con mis vecinos, en esos tiempos donde ni el celular, ni los videojuegos, ni el facebook, tampoco las tan coloridas caricaturas animadas en televisión nos robaban nuestra infancia, solíamos salir ya tendida la tarde y de vez en vez mi abuelo contaba una historia de Zaachila.
Con el rasgo misterioso que lo caracterizaba, comenzaba una historia siempre diciendo que si existe el bien, también hay cabida para el mal, que el paraíso y el infierno se encontraban aquí en la tierra, eso es lo que tenemos seguro –decía- más para allá… quien sabe!.
La leyenda del gigante del reloj se remonta a sus viejos  años mozos decía, cuando era joven, en Zaachila se hacían rondines para salvaguardar la seguridad de todos los habitantes, cada barrio disponía de un grupo de vecinos que se encargaban de recorrer la comunidad y su salida iniciaba –cuenta- en el panteón de los perros, justo donde ahora se encuentra la escuela primaria Lázaro Cárdenas del Río, o también conocida en sus ayeres como “la escuelita del aire”.
Su recorrido continuaba en la calle Pezelao, hasta llegar a un frondoso árbol de nueces, donde  cruzaban las calles Zetobaa esquina Tetzilacaltzin, por ello esa esquina es conocida actualmente por la esquina del Nogal, el cual daba un sombra espesa, pues esa noche que su mente trajo al recuerdo la impactante luz de la luna llena que cubría todo el halo del árbol, y por su frondosidad era arropada por decenas de lechuzas que lo habitaban.
El canto de las lechuzas era como una melodía de la media noche, pues éstas no sólo anidaban en la esquina del nogal, sino también en las palmeras que había enfrente del palacio municipal, el jardín y el mercado.
Pero el punto de reunión de los grupos divididos, era pues la esquina del Nogal, todo ello para partir hacia un lugar de “respeto” como le llamaban, a la calle Cosijopii donde se ubica la Zona Arqueológica “El Cerrito”, y era tal el respeto porque de ahí las decenas de historias prehispánicas, mitos, leyendas y ecos de trascendencia paranormal de la comunidad.
“Nos reuníamos todos porque al pasar ahí por el barrio de San José, los señores tenían que acomodarse bien el sombrero de palma, uno que otro ambientaba el frio de la noche con un cigarrillo, para ahuyentar los malos espíritus, sabíamos de animales extraños que otros compañeros sobretodo del barrio de La Soledad habían reportado, pero no habíamos visto nunca nada”, inhaló al inclinar su cabeza como atrayendo la fecha al presente.
Y con un aire que hacía crecer su pecho, prosiguió contando que esa noche de octubre que hace peculiar el tamaño de la luna, se tornaba espesa, al dirigirse a la calle Indio de Noyoo, el alarido de los perros hicieron dividir el grupo de hombres que vigilaba, unos hacia San José por el lado del Cerrito, otros más hacia el palacio municipal, augurando un suceso.
Otros más –narró- seguimos sobre la calle Indio de Noyoo, donde su pendiente apenas si dejaba vislumbrar el majestuoso reloj quien en ese momento dejaba caer su repicar dando las doce campanadas, soltando de su interior el anuncio que la media noche había caído.
-Y con las miradas fijas en el relato de este viejo, sus pausas requerían un reclamo por saber que había ocurrido esa noche que narraba-, y con continuó… Pero grande fue la sorpresa que al llegar a la esquina que forman las calles Indio de Noyoo y Cosijopii, vimos a un niño jugando canicas en medio de la calle, pero éste… estaba pelón!, completamente rapado…
Su aspecto denotaba ser  el de un niño normal, tenía calzón de manta, unos huaraches y desconcertados le preguntamos qué hacía ahí jugando a esa hora de la noche, a lo cual no recibimos respuesta, sólo su menudo cuerpo se limitó a levantarse de la tierra donde jugaba, recoger su par de canicas y correr hacia dirección del mercado.
Los otros tres con los que veníamos en el rondín, vimos cómo el niño corría a gran velocidad sobre la calle que ahora es muy conocida –porque en ella está el tocadiscos de chachita-, recuerdo que los pies nos pesaron, la subida se nos hizo pronunciada y no sentíamos avanzar, -hizo una pausa-.
Cuando al fin logramos avanzar, vimos como el niño iba creciendo de manera sobrenatural, hasta convertirse en un gigante, a quien lo vimos sentarse en las gradas y donde su cabeza llegaba arriba de la cúpula del reloj y sus pies se extendían hasta el Teatro “Zaachila 600 años”.
Desconcertados, nos detuvimos a un costado del mercado, donde se instalaban las carretas de carga jaladas por burros, caballos y donde ahora venden alfalfa, esperamos un rato para ver que hacía, pero el gigante no mostró movimiento.
Nos retiramos del lugar, encontramos a nuestros compañeros quienes no habían visto nada, les contamos lo que había sucedido y todos juntos volvimos al reloj para verificar si aún seguía ahí el gigante, recorrimos el cerrito, llegamos al mercado pero no había rastro.
El reloj marcaba ya las cinco de la mañana y los primeros cantos de los gallos, que anunciaban la llegada de un nuevo día en Zaachila, con la puesta del amanecer que ya se prestaba para continuar con la vida comunitaria de nuestro pueblo zapoteco…
Abuelo, y el gigante existe –le preguntábamos atónitos-, -y con un ceño fruncido respondía-, lo que deben saber es que hay cosas que existen, que quizá no encontremos explicación lógica, pero no es la primera vez que el gigante del reloj había sido visto, pero abran sus mentes, estén atentos, porque la vida misma es un misterio, nos transmitía.